EL   SENTIDO DE LA MUERTE


Les compartimos este artículo escrito por el P.Victor SJ, capellán de los domingos en nuestra comunidad de la CDMX

                                                                                                                                                                                                                                                                                              Víctor Manuel Pérez Valera*

 

 

La próxima semana se celebrará, de modo especial en México, el “día de los fieles difuntos”. Parece oportuno, por lo tanto, hacer una breve reflexión sobre el sentido de la muerte.

 

Es importante tratar de explorar el rostro de la muerte y descubrir lo que nos enseña con su silencio y con su mutismo. Las vías de acceso a la muerte están erizadas de obstáculos, si bien la reflexión filosófica y religiosa

nos abren nuevos horizontes, también el estudio de las “experiencias cercanas a la muerte” nos proporcionan algo de luz.

 

Sobre este último aspecto conviene mencionar las investigaciones de George Ritchie, Regreso del futuro, la de Raymond A. Moody, Vida después de la vida, y la de Karlis Osis y Erlendur Haraldson, Lo que vieron… a la hora de

la muerte, entre otras. Con todo, en esta línea es especialmente recomendable, sobre todo para las personas arreligiosas, la excelente investigación del eminente cardiólogo holandés Pim van Lommel. Como científico Van Lommel no le daba mucho valor a las extraordinarias experiencias de muerte cercana que le narraban muchos de sus pacientes. Sin embargo, a la postre, resolvió considerar seriamente estos fenómenos y decidió estudiar sistemáticamente estas experiencias durante veinte años con la ayuda de un equipo especializado. Una síntesis de esta investigación se publicó en 2001, en la prestigiada revista The Lancet, y causó una enorme conmoción internacional.

 

El libro de Van Lommel, Consciencia más allá de la vida,  proporciona muchas pruebas científicas de que “las experiencias de muerte cercana” no pueden atribuirse a la imaginación, a la psicosis, a carencia de oxígeno o fenómenos semejantes. Más aún, la consciencia trasciende el cerebro, ya que ésta sigue existiendo ante la ausencia de toda función cerebral.

 

Los anteriores estudios serían una refutación científica de las afirmaciones de filósofos positivistas y neopositivistas que niegan que exista vida después de la muerte. Para ellos la muerte no tiene sentido y junto con la carencia de sentido sucumbe la fe y el espíritu, como lo expresó Manuel Acuña en su poema Ante un cadáver: “La tumba es el final de la jornada/ porque en la tumba es donde queda muerta/ la llama en nuestro espíritu encerrada./ Allí acaban la fuerza y el talento/ allí acaban los goces y los males/ allí acaban la fe y el sentimiento.”

 

En contraste con esa visión, un gran número de pensadores antiguos y modernos señalan que la filosofía, o al menos una de sus funciones, consiste en enseñar a vivir y enseñar a morir. En efecto, la muerte, que es un paso al “más allá”, nos impulsa a una existencia más auténtica: a aceptar nuestra finitud,  a gozar nuestra condición itinerante, a relativizar la acumulación de bienes materiales, a descalificar el egoísmo y el afán de lucro, a disfrutar el momento y la tarea presente, a abrirnos al “principio esperanza” que impulsa toda nuestra vida y culmina con la esperanza trascendente.

 

Así, la velada presencia de la muerte es la que hace significativos los contenidos de la vida y la vida misma, ya que la muerte moldea la existencia. Si la vida fuera indefinida, sin fin, sin muerte, sufriríamos como Fosca el hastío de la vida, como lo expone magníficamente Simone de Beauvoir en su novela Todos los hombres son mortales. En este sentido, es oportuno observar que un gran filósofo existencialista, Karl Jaspers, concibe la muerte como “situación límite”, que nos ayuda a profundizar la existencia y nos acerca a la frontera límite de la trascendencia.

 

Finalmente recordemos que para el cristianismo la resurrección es algo esencial, el corazón de la buena nueva. Pablo de Tarso escribió que si no creyéramos en nuestra futura resurrección y en la de Cristo, “vana sería nuestra fe. …  ¡seríamos los más infelices de los hombres!”.

 

Profesor emérito de la Universidad Iberoamericana.*

 

 

 

 

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